martes, 20 de julio de 2010

Carrie Bradshaw

Adoro Sexo en Nueva York. No me canso de ver una y otra vez desde mi bici estática las peripecias de estas cuatro amigas en Manhattan. Fui tardía, fui muy tardía y durante mucho tiempo, como siempre me pasa, escuché hablar a otra gente de folla-amigos o de polla descomunal, con cara de pócker. En realidad, nunca veo nada en la televisión, ni tengo tiempo a hacerme fan de algo que luego nunca puedo ver. Así que mi descubrimiento de Sex in the City fue en febrero de este año.
Una amiga que tiene todas las temporadas, se empeñó en que me las llevase a casa un día que estaba de cena en la suya. Las 6 temporadas y la peli. Al principio, he de reconocer que me hizo gracia, sin más, hasta que empecé a entender muy bien a estas 4 mujeres, que alguna vez, juntas o por separado, he llevado dentro.
Reconozco que sus vidas, al menos a este lado del océano, son una fantasía. Nadie puede comprarse compulsivamente zapatos de 500 euros. Yo no puedo hacerlo. Tampoco tengo fiestas estupendas a las que me invitan constantemente. Nadie puede estar todo el día comiendo pasteles, tartas y pizzas y pesar 50 kilos. No soy socia de un bufete de abogados, ni relaciones públicas de los mejores locales de moda. Mis epístolas no me dan dinero, nadie las lee. Mi casa mide 50 metros cuadrados, mi armario empotrado 3 y lo único parecido a los cien mil trapos que Carrie alberga dentro de su inmenso vestidor es un vestido de Oscar de la Renta, que me compré en su tienda de República Dominicana rebajadísimo de sabe dios cuantas temporadas antes, y unos botines de Pedro García que cuido con veneración.

Aún así, la otra noche alguien me preguntaba con quién me sentía más identificada, pensé y contesté: Carrie Bradshaw. Original, no? He de decir que mi nariz tiene personalidad, por no decir que es muy grande para el resto de mi cara, que mi pelo es rubio, largo y medio rizado a veces, y liso otras. He de añadir que escribo cada día en un portátil, que fumo mientras lo hago, que también me vaciaron el corazón a cucharadas, que vivo sola y que me encanta mi casa, que no sé si tengo instinto maternal, que pinto la pared cuando tengo crisis existencial, que mis conocimientos culinarios empiezan y acaban en el microondas y que adoro, adoro los zapatos por encima del resto de ropa o complementos. Es decir, como cualquiera de las cien mil mujeres que se sienten identificadas con Carrie.

Lo cierto es que no tengo hombres depilados, musculados, médicos, abogados, ricos y famosos invitándome a cenar cada fin de semana. No tengo, ni con mucho, una vida sexual tan agitada y estupenda.... y mi timidez me impide siquiera mantener la mirada más de 3 segundos con el tío que me atrae... así que ni me planteo decirle algo y menos besarle aunque me muera de las ganas a no ser que me haga más que evidente que él también lo desea.

Pero salvando todas estas distancias... ¿acaso no tenemos todas dentro una matahari como Samantha? ¿Una devora-hombres? ¿Una pragmática como Miranda que odia las pasteladas, los romanticismos cutres de comedia romántica americana? ¿No hemos necesitado todas alguna vez un polvo salvaje con alguien que esté callado, que no te cuente ni quién es, ni que hace, ni su vida? ¿No hemos pensado alguna vez lo genial que sería tener alguien para compartir tus cotidianeidades, tus deseos, tus secretos, tus risas como desea Charlotte?

Adoro mi independencia. Y a veces, la odio. La adoro y la odio tanto, que temo en acabar sola rodeada de gatos e incapaz de compartir mi espacio con alguien que deje el rollo de papel higiénico tan desenrollado como para que el papel toque el suelo... Amo mi casa, mi cama enorme para dar vueltas y entrar y salir y salir y volver sin nadie al que deba explicarle porqué lo hago, o a dónde voy. Pero adoro la sensación de sentirme enamorada y correspondida, de no necesitar las horas de sueño porque eres capaz de volar, de subir montañas y de nadar mares enteros. Odio el tic-tac que la sociedad nos pone en la nuca a las mujeres de 30 años, con la maternidad, con la pareja estable, con la vida resuelta y el trabajo perfecto. No me parece justo que debamos ser mujeres increíbles, madres modernas, jóvenes y estupendas. Parejas envidiadas y admiradas por el resto. Cuerpos fibrosos, caras siempre perfectas y experiencias alocadas y originales en nuestro pasado.

Al igual que Carrie, busco en los sentires y en las experiencias del resto, pautas comunes que me hagan más fácil el recorrido, que me ayuden a encontrar mi sitio. Sé lo que no quiero, al menos, y busco ser feliz por encima de cualquier otra cosa. Creo en el amor por encima de todo. En el amor finito. Siempre lo es. Confío en la valentía como para saberlo siempre, como para detectarlo, como para empezar de nuevo tantas veces como la vida me de la oportunidad. Es tiempo de quitar el retrovisor, es tiempo de compartir mi amor, quizás con amigos, quizás con una de las naranjas enteras, dulces y jugosas que andan por ahí fuera. Es muy probable que no habrá amor para siempre, es seguro que no habrá boda.. pero lo mejor de todo, es que siempre habrá baile.



1 comentario:

  1. Yo en invierno cuando estoy tirada ne el sofá de casa le digo a mi novio "sa'manta, cari, que tengo frío, ponmela encima, anda va". gñe ;-)

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