miércoles, 6 de julio de 2011

pasión

Soy una buena persona. Y soy afortunada. Tengo gente que me quiere. Tengo la mejor gente que puedo tener a mi vera, que me quiere incondicionalmente. Y soy buena persona. No llevo un cartel sobre mi cabeza pidiendo que la gente me diga que soy especial, que tengo encanto, que soy sensibilidad a raudales. No soy un experimento de locura para un rato, para una vida irreal, para un tiempo de rugido. No lo soy. Soy buena persona, y soy verdadera. Y vivo la vida de manera intensa. Y entiendo la vida con pasión. Y tengo mil y un defectos, y manías, y ruindades. Pero esta es mi manera de sentir, y de vivir, y de hacer.

Cuando quiero a una persona, a un amigo, a una amiga, la quiero sin condiciones. La quiero por lo que es, en su conjunto, aunque a veces piense que no está siempre que necesito que esté, aunque a veces me parezca egoísta para conmigo, aunque a veces no me contemple todo lo que yo quisiera. La quiero aún sabiendo que pienso todo esto porque muchas veces soy miserable, y porque pienso que ella me querrá aún sabiendo que yo soy egoísta. La quiero y punto.
No soy un juguete roto, ni un trofeo, ni una pieza valiosa que exhibir. No soy la responsable de las dudas vitales del resto, de las divinidades y miserias del resto, porque lo único que intento es gestionar las mías, aprender de la gente que me quiere que me ayuda a potenciar esas divinidades y aplacar mis miserias. No soy alguien para vivir una vida de sueños, pensando que la vida real está en otro lado. No necesito que nadie me diga que soy especial, que tengo estrella, no necesito que nadie me lo diga si no lo piensa, si no lo cree, si mañana, cuando el rugido se calme, cuando la paz vuelva, se me deseche como trapo de rebajas.

Ya no quiero más silencio. Porque no lo quiero, porque no merezco la indiferencia ni la exclusión. Ya no quiero comportamientos cobardes y todas las palabras que se quedaron de repente vacías, suspendidas en el aire, letras de porexpán que son parte del atrezzo, que fueron parte del decorado por un trecho, que se cayeron una a una en cuanto bajasteis vuestro telón.

Ya no las quiero porque duelen. Porque mi amor es incondicional. Y porque deseo compartirlo con quienes quieran hacerlo conmigo. Porque la felicidad, solo es real si se comparte. Porque compartir es vivir y porque yo decido cómo vivir. Porque soy buena persona. Porque soy real.