martes, 21 de junio de 2011

la belleza

Esta tarde he estado en un alojamiento para afectados de SIDA. Las 17 personas que viven en la casa, apenas tienen recursos ni estructura familiar para vivir de forma autónoma y son enfermos con bastantes años a sus espaldas de VIH. Uno de ellos, estaba muy contento. El viernes es su cumpleaños y van a celebrarlo en una cena con carne argentina. Me invitaba a "jalar" con ellos en el día de su último cumpleaños, que según me confesó, vaticinaba convencido. El viernes cumple 54 años.
Unos jugaban al parchís, otros veían la tele, y un par de hombres intentaban recuperar un viejo invernadero en el jardín para plantar un huerto.

Después, nos fuimos a ver un piso de alojamiento para niños y niñas desde los 3 años a los 13. Por el día, desde primera hora de la mañana están en la casa con los educadores. Asisten al colegio, al parque, a la playa y a actividades extraescolares. Comen y cenan en el piso y por las noches regresan a casa con sus familias. Son familias normalmente desestructuradas y en riesgo de exclusión que no pueden hacerse cargo de las necesidades de sus retoños, así que los educadores "sustituyen" a sus progenitores por el día, mientras trabajan con las familias para que cuanto antes, estén en condiciones de volver a reagrupar a todos sus miembros. Nos enseñaron sus camas, las estanterías con su ropa, las duchas, el comedor, la sala de juguetes y la sala de estudio. Bailaron para nosotros las coreografías que han preparado en sus coles para la fiesta fin de curso y se subieron a nuestros brazos para despedirnos.

Tras ver a los niños, por último nos fuimos a una casa tutelada donde conviven varias personas con discapacidad intelectual bastante severa. Algunos de ellos, todos adultos, ya no tienen familia y la fundación que gestiona todos estos recursos, les tutela. Por el día cada uno de ellos tiene sus actividades, asisten al Centro de Apoyo a la Integración, o a otros recursos, y vuelven a las 5 a casa. Algunos van a baile, o a clase de música, o al cine. Me comieron a besos mientras me llevaban en volandas por la casa enseñándome sus juguetes y uno de ellos, bailaba flamenco para los visitantes. Sus ojos brillaban al reírse más que los ojos de cualquiera.

Solo una tarde, tan solo 4 horas, y he visto el mundo.

De vuelta, sigo caminando por la ciudad, viendo gente de todas las edades, señoras compuestas con pendientes de perla y peinado reciente. Mujeres con carritos de la compra, señores en traje, repartidores, tenderos, el señor del estanco y la conserje de mi portal. Veo a madres jóvenes con niños de mochila, a chicos en patinete y chicas de largas melenas y pantalones muy cortos. Hay niños jugando en el parque, y señores mayores que observan desde un banco, en pareja, en grupos de tres. Taxistas y policías que vigilan los coches aparcados en zona azul. Los hay que caminan despacio, otros van veloces al ritmo de la música en los auriculares. Hay señoras mayores del brazo de mujeres más jóvenes, subsaharianos que ofrecen cd's y gafas de sol de imitación. Hay "sin techo" que cargan con un bolsa donde guardan sus enseres, indignados reunidos en la plaza y gente que va en bicicleta. Todos formamos una gran mayoría.
En todos esos días que miro a mi alrededor, no es demasiado habitual ver a una persona con síndrome de down, o una persona ciega con un perro lazarillo. Los que tienen VIH no llevan un cartel, y una niña pequeña de falda tableada que sale del cole y se coge a la mano de un hombre joven que la espera, no dice si es su padre, o su educador social. No sabemos si ese niño que parece grande para ir en silla de bebé tiene parálisis cerebral, es autista o tiene un hueso roto. Tampoco si esa chica tan guapa que se cruza conmigo en la acera, es sorda, o tendrá fibromialgia.

No los veo. Pero están. Y son muchos. Muchas personas que no tiene recursos, que tienen discapacidad física, intelectual o sensorial. Personas enfermas que necesitan recursos, personas que la vida les ha ofrecido malas cartas que jugar, y que sin embargo, deciden lanzar un órdago a la grande y ser felices. Le pese a quién le pese. No son la mayoría, sin embargo poseen la mayor parte de la divinidades que tiene el mundo, y que el resto de "privilegiados" nos negamos a ver todo el rato.

Me quito el sombrero, me quito el sombrero ante los cientos y cientos de trabajadores y trabajadoras que cuidan de nuestros abuelos y abuelas en las residencias, que les peinan, les duchan, les dan de comer y les besan en la frente. A los cientos y cientos de educadores y educadores, de trabajadoras sociales, de voluntarios, de religiosos, que eligen dedicar sus vidas a ayudar a los invisibles, a los minoritarios, a los que no vemos habitualmente dando una vuelta por la ciudad. Esos que aprovechan cada euro de los eriales públicos y los multiplican de manera increíble, para llegar donde las administraciones no llegan, para amar al mundo de la manera que lo hacen.

Nunca estaré lo suficientemente agradecida por la oportunidad que he tenido en este tiempo de ver el mundo. Ese que para muchos no existe, ese que no se ve, que no preocupa a los mercados, ni a los magnates, ni a las grandes empresas. Esos que están dentro de los muros de la prisión, en los centros de menores, en los pisos, en las asociaciones de padres que luchan por el bienestar de sus hijos enfermos. Nunca tendré una lección de vida tan intensa, tan real, tan certera. Aprendí a abrazar, a no sentirme incómoda por lo desconocido, a escuchar, a sentir, a tocar.

No es triste. No lo es. Los miles de invisibles, sólo lo son a los ojos viciados, a los egos, a las vidas huecas. Podría parecer que es triste, que es duro, que es demasiado cruel. Y lo cierto es que a veces lo es, como el resto de vidas de los que formamos parte de la mayoría.

No quiero banalizar la enfermedad, es una putada y ojalá todos partiésemos con las mismas oportunidades. No quiero idealizar las discapacidades como si no fuesen algo cruel, terrible, un handicap de partida que te pone a prueba sin haberlo pedido. Pero este mundo, en este, que a veces es una mierda y que es tan injusto y desigual, a veces hay que quitarse la venda y comprender que aquí, entre la minoría, por encima de cualquier otro lugar, está el AMOR con mayúsculas. Y solo en el amor, reside la belleza. La belleza. 

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