Siempre me gustó mucho esa palabra, septiembre. Quizás me gusta porque hace unos quince años, un verano en león, me leí bajo el avance de la caravana en 4 días, una novela del mismo nombre. Creo recordar que su escritora era Rosamunde Pilcher. No podría decir el nombre de un sólo personaje, ni siquiera ambientar la historia en ningún lugar, pero por el género y su escritora, apostaría un billete de avión a cualquier lugar a que la historia narraba un amor, uno de esos tormentosos que durante mucho tiempo parece imposible, como si las estrellas no quisieran alinearse, y ella se enamora de él cuando es prohibido, y él la ama cuando ella se ha ido con otro, que no es un capullo, no, si lo fuese sería demasiado fácil..es una buena persona que le hace dudar durante mucho tiempo si dejarle o no. Y cuando le deja, su amor verdadero no está, porque sabe dios por qué circunstancias está en Australia, y se cruzan en el tiempo y en el espacio, y mil casualidades fortuitas o inducidas, hacen que nunca lleguen a encontrarse... hasta que quedan 70 páginas para terminar el libro. Entonces, es cuando la mariposa aletea en el momento justo, en la dirección exacta y con la potencia necesaria para conseguir el efecto deseado, y entonces uno de los dos se gira y se encuentran con la misma disposición de querer ser querido y querer querer. Entonces se juran amor eterno y comienzan a recuperar el tiempo perdido...
Siempre es así, en las novelas pasteleras a lo carca, de Danielle Steel o a lo neoyorquino y contemporáneo en Mariam Keyes...pero al final, la historia es la misma.
Septiembre. Dicen que los comienzos del año, es el momento de los buenos propósitos, de los retos, de las promesas, de apuntarse al gimnasio, a inglés, de comprometerse a leer cada día un personaje histórico o mirar el atlas de la habitación durante 5 minutos cada mañana.. Para mí, ese momento comienza en septiembre.
Al principio, lo veo venir por el rabillo del ojo y me hago la sueca, como si mirando para otro lado, evitara su llegada. Todo se desencadena en una semana. En esa semana vas a la playa, como cualquier otro día porque hace sol, pero ya no calienta y a pesar de que quieres aguantar como sea, sientes frío sobre la arena que ya no quema los pies. Y por las mañanas cuando te levantas, un respigo te recorre la nuca y te apetece más que cualquier otra cosa volver de nuevo a ese espacio que te ha robado la calidez del cuerpo...
Esta mañana, no pude seguir mirando a otro lado. Me levanté buscando el pantalón del pijama, la sudadera y me senté a desayunar en el puff. Allí estaban, en el suelo, las dos flores blancas que quedaban en mi orquídea. Porque ya es septiembre.
Septiembre es amable y dulce. Nos contempla y nos trata con mimo, nos reserva días soleados y espléndidos, porque sabe que de primeras poca gente le ama incondicionalmente. Es un luchador, y sabe que poco a poco, con tiento y calidez, será septiembre un bonito tiempo para recordar.
Vuelve la sensación perdida de frío en la punta de la nariz, de ganas de comenzar un curso nuevo, de retomar el cine alguna noche de viernes al mes. Volvemos a las antiguas costumbres, que son tan recientes como el mes de junio pero que ya echamos de menos como si fueran marzo. Y retomamos rutinas y cafés calientes en tazas grandes. Recordamos colores, de tierra, de bosque, de noche temprana que nos deja atardeceres tibios, rojos, olores a tierra húmeda y ese sonido del aire que no llega a ser ventolera, que remueve las hojas que Gabino se empeña en barrer en una lucha inútil con los tiempos de la tierra, ese ruido familiar y nostálgico del pisar sobre alfombras crujientes que nos dejan los castaños... Y volvemos a pasear la bici, a sacar del trastero los patines, la mochila de las excursiones, los calcetines de trekking.
Es tiempo de comenzar, de dejar que el rayo de sol templado nos acaricie la cara, de quitar las gafas de sol para absorber la luz que podamos y que será avituallamiento en tiempos flojos y bajamos la ropa del trastero mientras tu madre comienza con el temido cambio de temporada. Y hacemos limpieza de armario dispuestos a tirar un montón de ropa que hace años que no utilizamos, pensando a la media hora que quién nos mandaría hacerlo... y al final, todo lo que ibas a tirar se reduce a un par de camisetas y unos vaqueros, y tu armario vuelve a estar lleno de ropa que hace años que no te pones.
Es septiembre cuando el moreno se escapa por el desagüe, cuando el pelo rubio se vuelve más castaño, cuando la piel se aguarda, se intimida, se recoge.. es el tiempo de uniformes, de horarios, de niñas en náuticos y faldas tableadas, de trivial y té, de reuniones en casa, de rutinas de limpieza los sábados por la mañana, de pizzas los viernes, de teatro amateur...
Septiembre, siempre me gustó esa palabra.
Si, siempre esa mezcla en septiembre, de ganas de comenzar, de nostalgia...tan agitadas como las hojas que caen por el viento...seguiré pasando por aquí ;-)
ResponderEliminarbesos
Coletas, estás en kamchatka, este es también tu lugar, uno de los tantos que se caerán y resurgirán. Sea como sea... un lugar para refugiarte, un sitio para volver. Bienvenida y gracias.
ResponderEliminarA mí me gusta el otoño. Si viene algo de sol, como pasa estos últimos años, la luz cambia y esta tierra se ve espectacular.
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