A última hora de la tarde, fui corriendo al Mercadona. Corría entre los pasillos mirando de un lado a otro intentando acordarme de lo que había escrito en la nota para rellenar la nevera, e intentando recordar dónde la había dejado y por qué me empeño en hacerla una y otra vez si luego nunca la llevo encima...
Fruta, fruta variada, y tomates, y lechuga... En estas estaba cuando lo vi. Encima de unos palés de madera, donde se ofertaban tomates para ensalada y bolsas de 2 kilos de cebollas, un violín posado encima, con el arco a su lado. Me quedé parada, pensando por qué tampoco nunca llevo la cámara de fotos encima, por muchas veces que decida hacerlo. Miré a mi espalda, y ahí estaba su dueño. Gitano moreno, anciano, con la expresión en el rostro de quien tuvo una belleza espectacular, arrugas de vida con dolores, y alegrías y arte. Sombrero de ala estrecha, camisa blanca gastada pero impecable y pantalón oscuro de pinzas. Escogía pepinos con su mano violinista enfundada en guante de plástico. El violín tenía la madera mate, era antiguo, tan antiguo como su amo, y con los rasgos de quien tuvo una belleza brillante. No lo vigilaba, no lo miraba, quizás pensaba que quién iba a llevarse un viejo violín. No temía que llevase ningún golpe, ni que nadie apoyase cebollas encima por error.. Quizás pensaba que ya habían vivido mucho, que ya habían llevado demasiados golpes, que el que pasa por delante sin oírlos les hace más daño que un kilo de melocotones en su panza de violín. El gitano, pesó los pepinos y los tomates pera que había metido en sendas bolsas, pegó las etiquetas en cada una, y con la mano aún enfundada en el plástico, cogió su instrumento y se fue caminando lentamente pasillo de congelados alante.
Seguro que a esa hora, comenzaba la función en cualquier calle de la ciudad, en cualquier esquina, en cualquier callejón. No sé qué música salía de aquel violín, no sonó, no la escuché mientras se alejaban a la par, pero vi la ternura de dos compañeros que comparten el arte, lo cotidiano de la vida, entre berenjenas y espárragos trigueros.
Y dejé de correr. Miré las manzanas con solemnidad, y las escogí con mimo, con cuidado. Dejé de sentirme en el mercadona, y de repente me creí en un teatro... y empecé a escuchar notas de violín.